La exarzobispa sueca Rev. Dra. Antje Jackelén dirige la tercera reflexión temática de la Asamblea de Cracovia sobre “Un cuerpo, un Espíritu, una esperanza”
(LWI) - En un mundo afligido por la “policrisis”, o crisis globales múltiples e interconectadas, las personas cristianas están “llamadas a cultivar una espiritualidad de resiliencia, coexistencia y esperanza” que no repose en “una visión optimista de la realidad”, sino en aprender a “vislumbrar la promesa” de la Resurrección en medio de la violencia, el sufrimiento y la muerte.
En su intervención en el penúltimo día de la Decimotercera Asamblea de la Federación Luterana Mundial (FLM), celebrada en Cracovia (Polonia), la Rev. Dra. Antje Jackelén, exarzobispa de la Iglesia de Suecia, reflexionó sobre las diferencias entre optimismo y esperanza”. Se dirigió a las delegaciones de países de todo el mundo reunidas en la Asamblea del 13 al 19 de septiembre bajo el tema “Un cuerpo, un Espíritu, una esperanza”.
La arzobispa emérita y vicepresidenta saliente de la FLM para la región nórdica comenzó citando el mensaje de Greta Thunberg, la joven activista medioambiental sueca, cuando exclamó ante los líderes mundiales: “No quiero que tengan esperanza. ¡Quiero que sientan pánico!”. Aunque “dejarse llevar por el pánico en una situación de desesperación no es una opción” para las personas cristianas, Jackelén señaló que los primeros discípulos también “se dejaron llevar por el pánico y la desesperación cuando Jesús murió en la cruz”, escondiéndose temerosos tras puertas cerradas hasta que el Espíritu Santo los sacó de la desesperación para convertirlos en “apóstoles de la esperanza”.
La esperanza exige dar el salto de la fe y del amor, con el abismo abriéndose ante nuestros pies.
Rev. Dra. Antje Jackelén, ex Arzobispa de la Iglesia de Suecia.
Jackelén prosiguió diciendo que el pánico tiene su razón de ser si nos alerta de las decisiones que debemos tomar “sin garantías en relación con el resultado”. Afirmó que, en situaciones extremas, “la esperanza requiere precisamente eso: dar un salto de fe y amor ante el abismo que se abre ante nuestros pies”. Insistió en que esto es más necesario que nunca hoy en día, “cuando la falta de esperanza se une a un exceso de miedo”, lo que significa que “estamos en peligro real, como individuos, como comunión de iglesias y como humanidad”.
La líder eclesiástica sueca profundizó en la diferencia entre el optimismo, que utiliza las estadísticas para inferir las tendencias actuales, y la esperanza, que es “la práctica de vislumbrar la promesa”. El optimismo “se basa en lo conocido”, mientras que “la esperanza está motivada por la promesa del reino de Dios que interviene y se manifiesta en nuestra realidad”. En lugar de ser una utopía (que significa, literalmente, que no se encuentra en “ningún lugar”), la esperanza se encuentra “en medio de las complicaciones de la vida” y refleja la encarnación de Dios en nuestro mundo de fragilidad e incertidumbre humanas.
Una iglesia profética, diaconal, ética y teológica
Jackelén afirmó que la esperanza es al mismo tiempo fuerte y vulnerable, señalando que “necesitamos cultivar nuestra propia esperanza si queremos fomentar la esperanza entre otras personas”. Como en las instrucciones de seguridad de un avión, añadió, “pónganse su propia máscara de oxígeno antes de ayudar a otras personas. Si reciben el aliento que les ofrece el Espíritu Santo, serán una bendición para los demás”. Subrayó que, en su ministerio de esperanza en el espacio público, “la iglesia necesita ser profética, diaconal, ética y teológica”.
Reflexionando sobre el significado de la afirmación “Una esperanza”, señaló que la esperanza cristiana nunca es sólo “para las personas cristianas”. Se trata de una “esperanza para el mundo” encarnada en “la cruz de Cristo [que] se alza en el centro del universo, con sus brazos extendidos abrazando a toda la creación”. Esta esperanza consiste en “la indignación contra las fuerzas que contradicen lo verdadero, lo bueno y lo bello”, así como en la humildad y la valentía “para actuar con sabiduría y firmeza”. Concluyó diciendo que, como personas religiosas, “siempre podemos elegir estar del lado de la valentía y persistir en la esperanza”.
La esperanza de una paz justa en Ucrania
En respuesta a las palabras de la líder eclesiástica sueca, el obispo Pavlo Shvarts, de la Iglesia Evangélica Luterana de Ucrania, habló del significado de la esperanza en su contexto como “el don de Dios que nos da la fuerza para vivir y levanta nuestras manos para la lucha contra la injusticia de este mundo y para el servicio a las personas necesitadas”.
Dijo que, incluso en medio de la guerra y la destrucción causadas por los ataques rusos contra los pueblos y ciudades ucranianos, “tenemos esperanza en la paz y el renacimiento de nuestro país. Tenemos esperanza en el futuro de nuestros hijos e hijas, aunque tengan que estudiar en refugios antiaéreos y con alarmas para avisar de los ataques. Tenemos esperanza en poder liberarnos del miedo y del trauma. Tenemos esperanza en el triunfo sobre el odio y en el perdón. Y, por supuesto, tenemos esperanza en una paz justa y en un encuentro con Dios”.
El obispo Shvarts reflexionó sobre el hecho de que, a lo largo de los siglos, la Iglesia se ha visto obligada a buscar respuestas a preguntas sobre la vida en tiempos de crisis. En la Edad Media, había quien predicaba “los horrores del infierno para infundir el pánico entre sus oyentes”, del mismo modo que hoy hay quienes se han convertido en los “nuevos profetas del apocalipsis”, utilizando la tecnología digital para sembrar el miedo y la desesperación. Advirtió de que, sin la esperanza, “el miedo se convierte en odio y agresión”.
La esperanza vive en la tierra
También presentó una respuesta a intervención de la arzobispa sueca Katarina Kuhnert, una joven científica especializada en el cambio climático de la Iglesia Evangélica Luterana de Canadá. Comenzó señalando que vive en tierras indígenas, al norte del círculo polar ártico, en una región designada como foco mundial del cambio climático, donde “el pánico es una experiencia cotidiana”.
Mencionó las “muchas prácticas extractivas que pretenden convertir en arma la palabra de Dios, extraer recursos de la Tierra hasta el colapso medioambiental, explotar al prójimo y separarnos de nuestras propias mentes y cuerpos”. Convertimos “la vitalidad de nuestras relaciones, desde las divinas hasta las relaciones internas, entre nosotros y nosotras, en un recurso que siempre parece agotarse y nos deja espiritualmente empobrecidos”, afirmó.
Si bien la Reforma fue “una crítica de la explotación económica mediante el extractivismo espiritual”, afirmó Kuhnert, “ahora mantenemos los fundamentos de nuestra fe luterana criticando abiertamente a los poderes imperiales de nuestros tiempos”. Recalcó que el mundo está hambriento de liderazgo moral y espiritual. “Si queremos desempeñar un papel en ese liderazgo, nuestras acciones deben ir de la mano de nuestra teología y ser realizadas con integridad”. Concluyó afirmando que la esperanza vive en la tierra, y añadió que “la esperanza no es un recurso que corra el riesgo de agotarse”.